miércoles, 3 de septiembre de 2008

En tu habitación...

Estábamos en una habitación iluminada con velas. Tu te ibas despojando de tus ropas, muy lentamente, mientras en tu rostro de niña se dibujaba una coqueta sonrisa. Y yo solo contemplaba cómo tu piel reluciente se iba dibujando en todas sus formas en mis pupilas. Tus senos, altivos y turgentes se movían , y tu cintura era de tal perfección que hasta afrodita hubiese muerto de envidia al verla, tu sexo depilado, esperando ser presa mi de sexo, de mis labios, de mi lengua. Unas piernas suntuosas, unos pies pequeños, delicados y deliciosamente bien formados. Era una agonía indescriptible contemplarte y no tocarte.
-Ven –me dijiste. Extendiste tus brazos, entreabriste tus carnosos labios, y mi insania lujuriosa empezó a estirar más tus codicias. Me acerqué, despacio, sin perder ningún ángulo maravilloso de tu cuerpo tan desquiciante. Me besaste apasionada y fuertemente, y tus senos se tocaron duramente con mi pecho. Sentía tu aliento dentro de mí, tus manos recorrían con fuego mi agonizante ser. Soltaste lentamente mi lengua y me fuiste cubriendo con tu lengua hasta llegar al centro de mi alterada locura. Hiciste que todo mi cuerpo se endureciera como piedra, emitiste un sonido de lasciva absorción, apartando tus palabras de mis bajos instintos, te uniste a mí en un salto violento, abrazándote a mi cuello.
Mi infinita lascivia se adentró en lo más profundo de tus perdidos sentidos, y empezó el movimiento repetitivo, punzante y desgarrador que te hacía mía con cada embate que te daba. Jadeabas con cada roce de mi piel con la tuya, y tus uñas se clavaban impetuosamente en mi espalda. Te mordía tus labios, tu cuello; apretaba tus sublimes senos con mi boca, mis manos sujetaban fuertemente sus dislocadas y carnosas gluteos, tu piernas se movían rápidamente rozando mis brazos, y tal eran mis ímpetus que llegaste a decir:-Basta… basta… por favor… me haces daño…
Yo no te escuchaba, seguía con mis infernales movimientos, haciendo todas tus entrañas un lugar de un desproporcionado frenesí por lo que era sólo mío. Te llevé así, sin parar, hasta el borde de tu cama, y ta recosté en ella. Comenzaste a mover suavemente tu portentoso cuerpo de un lado a otro, arriba y abajo, de izquierda a derecha, y tus manos recorrían tu sudorosa anatomía. Abrí tus piernas saboreando con mi lengua el centro de tu infinito placer, verla asi a tu sexo, depilado, humedo, latiendo de placer empeze a morderte tus labios luego tu clitoris y empezaste a gritar , a decir palabras soeces, insulto y lugo te viniste en mi cara y yo empeze a beber el producto de tu libido desbordante y jugosa.
Acaricistes con ternura, mis abellos, para después jalarlos y restregarlos con furia mientras sus labios se movían discordantes, emitiendo oraciones al dios del amor. Te levantaste de golpe y te volviste a lanzar sobre mí, pero esta vez yo estaba tendido, y tu sobre mí. La violencia de los movimientos ya no formaba parte de mí sino de ti. Estiraste tu cabeza hacia atrás; tu cuerpo se ondulaba y tus senos se movían impacientes al compás de los sonidos que emitíamos. Tus cabellos extensos y ondulados cubrían su delicada espalda. Te tenía asida de tu cintura y, de improviso, levanté mi dorso y empecé a recorrer, con mi lengua, tu sudorosa piel, mordí sus sonrosadas aureolas y saboreé con deleite toda tu lujuria. De pronto, me aventaste con fuerza, estirándome por completo en tu cama, y me dijiste mirándome a los ojos:-Soy tu sexo, tu deseo… ¡Tu amor!